Bonfilio Marrero cuidador de nuestras tradiciones
Bonfilio Marrero Salas nació a los pies de la torre de la Concepción de La Laguna. Sus primeros pasos los da en la conocida iglesia matriz, pues siempre por motivos familiares ha estado vinculado a muchas de las iglesias de la Ciudad. No en vano, tanto su abuelo como su padre, fueron unos de los grandes impulsores de la Semana Santa de la Ciudad de los Adelantados.
Un alma viva de nuestra tradiciones, que pertenece a numerosas hermandades y cofradías, tales como el Santísimo de la santa iglesia Catedral y la Concepción, la Hermandad de la Purísima; esclavo del Santísimo Cristo de La Laguna; hermano de la Hermandad del Rosario de Santo Domingo; cofrade del Lignum Crucis del Padre Anchieta, del Cristo de Burgos, de la Virgen de la Cinta y de la Flagelación; y tantas otras. Bonfilio es en definitiva, parte de nuestra histórica Semana Santa.
¿Cómo se inicia su andadura en la Semana Santa?
Mis inicios en la Semana Santa de La Laguna fueron allá, por finales de la década de los cuarenta, entre 1948-1949. Con 5 años comenzó mi andadura en la Semana Santa, en concreto, en la iglesia de la Concepción, ya que mi abuelo era el sacristán mayor oficial de la parroquia y mi padre su ayudante. Además, mi tío era el chante mayor, es decir, quién se encargaba de amenizar las misas de la parroquia matriz.
Recuerdo que la primera vez que yo me puse una sotana fue en el año 49, exactamente un Viernes de Dolores, un día muy importante en el devenir de la Semana de Pasión, pues en ese día se realizaban celebraciones donde destacaban los grandes oradores que asistían a los cultos. Recuerdo, entre otros, a José García Pérez, Luis Vandevalle, Leopoldo Morales o Hilario Fernández Mariño; grandes predicadores que hacían que las iglesias se abarrotaban para oír sus homilías en lo alto del púlpito.
En ese día, una vez acababa la función, se hacía la procesión alrededor de la iglesia de la Virgen de los Dolores; más conocida como la Predilecta.
El Domingo de Ramos, en cada parroquia, tenía lugar la bendición de los palmos y olivos. Así en la Concepción, la procesión de palmas y olivos se hacía alrededor del templo, es decir, se salía por una puerta y se entraba por la otra.
En esos días, ya se comenzaba a limpiar la plata para los monumentos del Jueves Santo. Eran años en los que muchas familias acudían y ayudaban en la preparación de todos los actos de la Semana Santa, había preocupación por todo lo que sucedía en el día a día de la parroquia.
Llegado el Martes Santo, tenía lugar la procesión de las Lágrimas de San Pedro o procesión del Clero, que daba comienzo a las seis de la tarde; siendo en aquellos años cincuenta, una de las procesiones más importantes de la semana, pues a ella asistían el Cabildo Catedral y el Seminario Menor y Mayor. Concluyendo la jornada con la procesión del Cristo de la Columna y de la Virgen de las Angustias.
Al día siguiente, Miércoles Santo, a media mañana se celebraba en la Concepción la misa del velo blanco, donde el altar mayor era cubierto por un velo y, en medio de la misa, el mismo se abría en dos y desde el interior de la sacristía se oía un gran estruendo provocado por unos petardos que colocaba mi padre dentro de unos bidones de metal, lo que provocaba un ruido atronador. Incluso las ventanas del presbiterio se tapaban dando sensación de oscuridad y, una vez bajaba el velo blanco, el público contemplaba delante de un velo morado las imágenes del Cristo yacente en la cruz y la Virgen de Dolores.
Ya por la tarde, en tiempos del sacerdote Maximiliano Darías Montesino, asistíamos los monaguillos, con la cruz alzada y los ciriales, a la parroquia de san Agustín para la salida del paso del Nazareno, quien en su trayecto procesional se encontraba con la Virgen de las Insignias de la Pasión del convento de santa Catalina de Siena. Y recuerdo aquel trono o paso pequeño de la Virgen con su base de corcho, como lo tenía el paso de la Virgen de la Piedad o tantos otros. Por la tarde noche, sobre las ocho, era el turno de la procesión del paso del Señor de la Cañita o Ecce Homo.
Al día siguiente, Jueves Santo, los cultos del día se celebraban por la mañana y, una vez concluían era costumbre la visita a todos los monumentos de la Ciudad. En aquellos años, el Obispo, una vez acababan la celebración de la misa, acompañado del Cabildo Catedral y del Ayuntamiento en pleno, visitaban todos los monumentos del centro de la Ciudad.
El Viernes Santo me vestía de monaguillo para los cultos de la adoración de la Santa Cruz. Por ejemplo, en la Concepción se hacía el descendimiento del Cristo Yacente de la cruz y se colocaba en el trono junto a la Virgen de la Piedad; paso que desfilaba hasta la parroquia de los Remedios, acompañado de la hermandad del Santísimo para el sermón de las siete palabras. Destacaba, sobre todo, los grandes oradores y la gran cantidad de público que se daba cita para oírlos.
Como vemos, todo ha cambiado: No era como ahora, que el sermón de las siete palabras se hace en las distintas iglesias que el Cristo de La Laguna visita en la madrugada del Viernes Santo, sino que se hacía a mediodía.
Por la tarde tenía lugar la procesión Magna, donde sólo procesionaban unos doce o catorce tronos. Me viene a la memoria que el paso de los santos Varones salía cada uno en su pequeño trono: Nicodemo, en uno, junto a José de Arimatea y san Juan y, en otro, la imagen de la Magdalena abrazada a la cruz. Cerrando la procesión el Santo Entierro.
Por la noche, de aquellos años 50, existía la llamada procesión del Retiro, donde salía la Virgen de la Soledad, de la Hermandad del Nazareno, recogiendo las cruces del vía crucis que se habían colocado en la Cuaresma y que, hasta hace unos años, recuerdo verlas en las dependencias de la iglesia de la Concepción.
Llegamos al Sábado Santo, donde en las distintas parroquias se celebraba el Triduo Pascual como ahora, es decir, la bendición del agua y del cirio pascual. Mientras que el Domingo de Resurrección se celebraba, tanto en la iglesia de Santo Domingo como en la de la Concepción, la procesión del Resucitado, acompañando las hermandades de la parroquia al Santísimo Sacramento bajo palio.
¿De aquella niñez, tiene alguna añoranza? La verdad que sí, pues yo viví aquello de una manera muy intensa; la alegría que tengo es que puedo decir que yo viví aquella Semana Santa de antaño. Además, era todo muy diferente a lo que estamos viendo ahora. Por ejemplo, en las distintas parroquias, para hacer cualquier cosa, contábamos con muchos ayudantes; mucha gente venía a las parroquias a colaborar, ya fuera planchando las sotanas, limpiando la plata, haciendo los ramos de flores, para cargar los pasos etc. Incluso muchos monaguillos para cargar los ciriales, la cruz guía y tantas cosas necesarias en el devenir de un día cualquiera en una iglesia. Y hoy en día, esto no se ve, la gente no participa en nada, hay un absentismo total.
La verdad que yo tuve la suerte de aprender mucho de mi padre y de mi abuelo; y así me hice cargo a su muerte de aquellas cosas que ellos realizaban, tales como preparar los tronos, hacer los monumentos…, en definitiva, estar pendiente siempre de los cultos de la iglesia, tanto de la Concepción como del convento de Santa Clara, donde realizábamos el monumento del Jueves Santo o las distintas celebraciones que allí se hacían y donde destacaba, sobre todo, el Corazón de María en el mes de agosto, entre otras muchas. También realizábamos el trono del Señor en el Huerto o el Monumento del Jueves Santo, en los primeros años de la parroquia de San Juan, o sea, en cualquier ceremonia, allí estábamos. Incluso siempre he estado muy vinculado a la Junta de Gobierno de la Esclavitud del Santísimo Cristo de La Laguna, donde estuve hasta 1983. Así, una de las cosas que recuerdo de pequeño era asistir con mi primo Juan Luis todos los viernes del año, al Santuario del Cristo de La Laguna para lo que se llamaba “El Nombre del Señor”, donde por la mañana tenía lugar la celebración de la misa y por la tarde hora santa, cantada por la capilla del Cristo, dirigía en aquellos años por Juan Marrero.
¿Qué nos puede contar de todos los proyectos en los que ha estado involucrado? Te puedo contar que el hábito de la cofradía del Lignum Crucis surgió porque una noche el fraile que siempre iba a realizar el Vía Crucis en la Concepción había dejado su bonete y el capisayo, y uno de los que estaba allí se lo puso para gastar alguna broma. Y fue entonces cuando mi padre y mi tío, que vieron aquello, decidieron fundar una cofradía con los hábitos de los monjes capuchinos. A partir de ahí, todas aquellas personas que venían colaborando con la parroquia se pusieron “manos a la obra” con la intención de confeccionar sotanas, los gorros que llevaría la cofradía, los escudos y las propias insignias. En esta idea recuerdo que participaron muchas familias. Los Samarín realizaron los símbolos que aún hoy luce la cofradía –como el dado, la flecha, la lanza con la esponja o la propia cruz de guía-. Cipriano Hernández regaló las sogas que forman parte del hábito. Y así, llegado el Viernes Santo del aquel año 1954, recuerdo se abrieron las puertas de la iglesia y la gente vio por primera vez desfilar a la cofradía del Lignum Crucis y de la Piedad, con ese hábito tan singular de nuestra Semana Santa de La Laguna; y todos descalzos. La verdad que todavía hoy me emociono al recordarlo.
Y aunque la cofradía desfiló por primera vez en ese año, no será hasta 1955 cuando el recordado D. Domingo Pérez Cáceres nos otorgó capacidad para poder procesionar por las calles de la Ciudad, año en el que ya pudieron desfilar los más pequeños. Y es por ello, que aquellos jóvenes que desfilamos ese año, fuimos también fundadores de la Cofradía; cuando se nos entregó la cruz de madera que llevamos los cofrades en el pecho.
También recuerdo a finales de los años 70 cuando a un grupo de colaboradores que estábamos en la iglesia de la Concepción nos daba mucha pena que la Virgen de los Dolores desfilara sin ninguna cofradía, e invitamos durante dos años, invitamos a la Hermandad de la Virgen de los Dolores de la Cuesta, que en aquellos años la llevaba el recordado Yaqui Romero, para que procesionara con la Predilecta. Incluso un año procesionaron el Martes Santo por las calles del casco histórico con la imagen de Jesús ante Caífas. Con muchas anécdotas en aquel día, ya que los cargadores no pudieron terminar el recorrido y llevar el paso hasta la Concepción; y tuvo que quedarse la imagen en la iglesia Los Remedios.
A raíz de ahí, nos reunimos una serie de cofrades tales como Marcos Abel Afonso, Jorge Tabares, Jesús Manuel Abreu y Antonio Díaz Herrera, para hacerle una cofradía al Cristo del Rescate, una nueva cofradía que surgió de la Hermandad del Santísimo de la Concepción, de la Purísima y de la cofradía del Lignum Crucis, de ahí los colores de la cofradía del Rescate y de Nuestra Señora de los Dolores.
Después, con el paso de los años y por los avatares de la vida, se volvió a fundar la Hermandad del Cristo de Burgos y de Nuestra Señora de la Cinta. Así, en 1986 en una reunión de la Junta de Hermandades y Cofradías de La Laguna les planteamos la posibilidad de la recuperación de la Cofradía del Cristo de Burgos. Y al año siguiente, desfiló por las calles de Aguere la nueva talla del Crucificado acompañado de su Hermandad, una escultura del orotavense Ezequiel de León.
No puedo dejar de decir que esa nueva congregación partió de cero, pues no teníamos nada, tuvimos que hacer la talla del Cristo, el trono y todos los enseres que suposo el sacar un nuevo paso o trono a la calle. Ezequiel de León nos cobró por hacer la imagen 300 mil pesetas. Aunque el primer año la imagen no estuvo acabada y fue en el siguiente año cuando pudimos contemplar la magnífica talla del crucificado.
Las cuelgas del paso nos las regaló el que fuera hermano mayor, Antonio de la Torre, pues las antiguas estaban muy deterioradas y con las mismas hicimos las capas pluviales y las dalmáticas que hoy salen con la procesión del V Domingo de Cuaresma. También colaboraron con la cofradía: José Ventura Martín; Luis Miranda, quien donó muchos enseres a la hermandad; los hermanos, Pedro y Carlos Afonso; el propio Mateo Arvelo, quién fue uno de los fundadores de la primera cofradía que existió en la desaparecida iglesia de san Agustín.
Una hermandad, que al igual que antaño, luce hábito negro, una cinta ceñida como símbolo de la Virgen de la Cinta y el corazón en el pecho, en honor a San Agustín, sede de la antigua cofradía.
Pero una de las cosas que más destacan del paso, son los tres huevos de avestruz que el Cristo lleva a sus pies, y que según cuenta la tradición, los donó un indiano a la original talla del Cristo que se conserva en la ciudad de Burgos, por salvar a un hijo enfermo que éste tenía.
¿Qué cosas cree que se podrían recuperar para la Semana Santa de La Laguna?
Una de las cosas que siempre he insistido en su recuperación es la Virgen del Retiro, que procesionaba en la noche del Viernes Santo, una vez que ya había entrado el Santo Entierro. Creo que eso sería una labor de todos y principalmente, de la Cofradía del Nazareno y de Nuestra Señora de la Soledad. Otras de las cosas que yo siempre he intentado a lo largo de mi vida, es que muchas de las imágenes más destacadas de los barrios del municipio también procesionen por las calles del casco, como lo hizo hace unos años la Dolorosa de la iglesia de San Bartolomé de Tejina.
Además, añoro las cruces de guía de cada templo. Antes siempre la procesión iba encabezada por los monaguillos que cargaban la cruz guía y los ciriales, pero con el paso de los años, ésto se ha ido perdiendo en muchas parroquias.
Entiendo que hay que poner más entusiasmo por parte de todos en las cosas de la Semana de Pasión. Echo en falta las ayudas, algo más de colaboración. En algunas iglesias, a la hora de realizar cualquier cosa, lo único que veo son pegas, no hay diálogo. No se llega a comprender que nosotros estamos de paso, que ésto no es nuestro sino que hay que intentar colaborar para hacer las cosas bien. Por ello, pido desde aquí que se tengan en cuenta que hay pasos que deben estar en sus sede canónicas y no abandonados a su suerte.
Por último, y tras dos años sin poder desfilar por las calles de la Ciudad, pido a los cofrades más unidad, evitar tanta discrepancia y saber escuchar entre todos. En definitiva, que cumplamos con lo que nos hemos comprometido, que no sólo nos veamos en la Semana Santa.